Según el Tao, la única constante en el universo es el cambio, por lo cual debemos aceptar este hecho y estar en armonía con ello.
De la misma forma, en cada uno de nosotros coexisten la luz y sombra, somos mitad y mitad enfrentadas y nuestra labor es aceptarlas, atesorarlas y permitirles existir en armonía, tal y como hace la naturaleza con los opuestos: día y noche, masculino y femenino, vida y muerte.
Reconocer esto nos permite encontrar una especie de equilibrio emocional y por ende, una paz que nada externo puede dar, así solo la experimentemos en instantes, con pequeños momentos de epifanía.
Para no quedarnos tan filosóficos, ilustrémoslo con algo cotidiano, como el torbellino de emociones que podemos experimentar en una jornada:
En la mañana estamos despejados y con el cerebro listo para crear, pero quizá a mediodía tuvimos un enfrentamiento con alguien del trabajo y el ánimo se nos ensombreció, echando por tierra nuestra productividad.
En la tarde recibimos una llamada inesperada que otra vez nos llena de alegría y nos eleva el ánimo, aunque en la noche nos enfurecemos otra vez por causa del tráfico y al llegar a casa volvemos a respirar profundamente y nos calmamos.
Si hacemos una lista de los puntos positivos y negativos del día, nos daremos cuenta que difícilmente pasan solo cosas malas, lo que pasa es que tendemos a recordarlas más.
Necesitamos recordar que la vida está hecha de contradicciones, de opuestos que se entrelazan cada día y que nuestro reto es navegar por todo eso sin permitir que nuestro barco naufrague. Y como el Tao lo dice, fluir por el río con serenidad, desarrollar sensibilidad para apreciar tanto la luz como la oscuridad.
A veces lo harás bien, a veces no. A veces estarás en lo correcto y otras te equivocarás. En ocasiones serás brillante y elocuente, en otras serás apenas lo necesario. Comprender que estos altibajos forman parte de la vida te permite tratarte con amabilidad y paciencia.
Apreciemos el proceso.